Estar presente en uno de los días más importantes de dos personas que se quieren es siempre bonito, pero si además, eres uno de los que hacen que esa fecha sea realmente especial, entonces, tu trabajo es un privilegio.
Eso sentí este primer domingo de junio en la boda de Susana y Eduardo.
Desde el momento que contactaron conmigo, sabía que eran dos personas especiales, como todas las parejas que se casan enamorados el uno del otro.
Querían una ceremonia divertida, querían que los invitados no se aburrieran, que se lo pasaran bien, pero también querían que fuese emocionante, que nadie la olvidase.
El padre de Susana no estarían en el evento, porque se lo llevó el maldito Covid, y Eduardo me pidió que la ceremonia tuviese un momento para recordarlos, para que ellos también estuvieran con Susana.
Tenía que ser capaz de crear una atmósfera que tuviera momentos de solemnidad y recuerdo, emotivos y por supuesto, grandes momentos de humor.
Todo un reto, pero un reto maravilloso.
Dividí mentalmente la ceremonia en tres partes, en la primera parte del monólogo personalizado, bromearía con el público y sobre ellos, ya que los novios me habían pasado suficiente información sobre algunos de los invitados como para escribir una enciclopedia. Después, el monólogo se centraría en los novios, en cómo han llegado hasta la boda. Aquí tenía una sorpresa preparada, un as en la manga reservado: había contactado con algunos amigos de los novios y con la hermana de Eduardo, y había conseguido jugosa información sobre el viaje en que se conocieron. Disfruté de lo lindo escribiendo y ensayando esa parte del guión, porque imaginaba su cara de sorpresa…
Ese sería el momento más desternillante de la tarde, seguramente. Y entonces justo después, un recuerdo para el padre de Susana.
Después de varios ensayos con cámara para poder verme después, todo estaba listo.
La ceremonia empezó bajo un sol bonito y que hacía presagiar un día cálido y divertido.
Los novios estaban muy nerviosos, sobre todo Eduardo, que parecía estar en una nube. Le prometí que se lo pondría fácil: ¡solo tenía que decir SÍ!
Cuando los invitados estaban sentados llegaron hasta el atril los novios, acompañados por sus padrinos. Ya sé que siempre se dice que la novia está guapísima, pero esta vez era especialmente cierto.
Empecé con el monólogo personalizado, con un principio suave, para que los novios se relajaran y fueran respirando. Las primeras risas llegaron enseguida.
El monólogo iba fluyendo y funcionando muy bien, así que, sin poder evitarlo, fui improvisando un poco: ¡siempre es lo mejor!
Llegamos al momento sobre cómo se conocieron: ambos se sorprendieron que supiera algunas cosas. Se miraban entre ellos: ¿se lo has dicho tú? Pero luego sus carcajadas no les dejaron mirarse.
Un monólogo personalizado sin sorpresas, no vale la pena. Llegamos al momento emotivo, y el padre de Susana estuvo, de alguna manera, muy presente en la ceremonia.
Entonces llegó el momento de la ceremonia propiamente dicha. Dejaba a un lado el monólogo y comenzaba el maestro de ceremonias para bodas. Me encanta ser un maestro, ¡aunque sea por un rato¡
Había preparado unos votos para cada uno de ellos, que hice repetir conmigo. Entre lágrimas y sonrisas, el novio por fin, pudo besar a la novia.
Aunque llevando 5 años viviendo juntos, creo que no era la primera vez…
Si quieres saber cómo trabajo:
https://www.celebrents.es/pep-ruiz-monologuista-40552/


