Cuando las amigas de Gemma me llamaron para preparar un monólogo para despedida, supe que tenía que ser algo especial. Querían una sorpresa diferente, algo que hiciera reír a la futura novia y que quedara en el recuerdo. Además, la celebración iba a ser en una casa rural en el Delta, lo que le daba un toque aún más especial.

Lo primero que hice fue investigar sobre Gemma: su historia de amor, cómo había conocido a su pareja, anécdotas divertidas y, por supuesto, cómo era ahora su vida con su hijo. Con esa información, creé un monólogo lleno de humor, complicidad y algunos momentos emotivos. Porque una despedida de soltera también es una celebración de todo lo que ha vivido hasta ahora.
El día del evento, la casa rural estaba llena de amigas con ganas de fiesta. Me recibieron con cócteles y risas, el ambiente era increíble. Cuando empecé el monólogo, todas estaban atentas, esperando esas historias que solo las que mejor conocen a Gemma podían entender. Hablé de cómo sigue siendo la misma de siempre, pero ahora con una mano en el cochecito del niño y otra respondiendo mensajes de la boda. De sus intentos de mantener la calma mientras organiza el evento del año, y de cómo su pareja aún no sabe distinguir entre «blanco roto» y «marfil» en la decoración.
El monólogo funciona: todas se morían de risa
Las carcajadas fueron imparables, sobre todo cuando mencioné anécdotas que solo su grupo de amigas podía haberme contado. Y cuando dije que este monólogo para despedida era la mejor manera de celebrar la ocasión, todas asintieron, porque sabían que no había mejor forma de homenajear a Gemma.
Al final, la novia me abrazó emocionada y agradeció a sus amigas por haber pensado en algo tan divertido y diferente. Y yo me fui con la sensación de haber sido parte de una noche inolvidable. Porque cuando algo se hace con humor y cariño, siempre funciona.
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